NOSOTROS TAMBIÉN ESCRIBIMOS!!!

Esta vez les presentaremos un cuento armado por nosotras, alumnas de 2 A  del polimodal. Este cuento se armó  en un taller que tuvimos en el colegio, el cual se llama “SOY AUTOR”.  Es un taller que combina el arte de leer, escribir, pintar y actuar; para eso había un profesor de letras, una de dibujo y otra de teatro que nos iban guiando en las diferentes actividades.
Nos dieron un pequeño libro con diferentes cuentos seleccionados de diferentes autores jujeños, de los cuales los profesores eligieron para que trabajemos: “En el Grande”, de Mónica Undiano.
Lo leímos y de acuerdo a este nosotros lo distorsionamos e hicimos nuestro propio cuento y de ahí nos hicieron que hagamos un collage sobre el personaje principal con un entorno diferente.  Esa es la nueva entrada al blog que vamos a postear  ahora.

VA PRIMERO EL CUENTO DE MÓNICA UNDIANO QUE LEÍMOS


En el Grande
                 (Homenaje a un desconocido. Sucedió una tarde de verano de 1998.)

El coche bomba estaba estacionado al final del puente San Martín y al frente de la seccional de policía, al verlo, algunas personas se detenían para averiguar qué lo había llevado ahí. Dos bomberos descargaban apresuradamente unos trajes amarillos, botas, sogas. Los minutos pasaban desaforados, el tumulto era cada vez mayor, los autos estacionaban de uno y otro lado, los curiosos se aglomeraban sobre la baranda norte y cuando descubrían el motivo de tanto alboroto se llevaban la mano a la boca o cerraban los puños, silenciaban.
El cielo, decidido a desplomarse había soltado, durante la noche, todo lo que tenía, y parecía tener más, más. Por la mañana el día apenas fue día, la oscuridad danzaba por todas partes. Las calles habían quedado con cascotes, piedras, ripio, basura, ramas, cables, las personas resurgían de un miedo ancestral para retomar su ritmo diario. Después de los primeros aguaceros de verano los ríos todavía no habían crecido pero se sabía que en cualquier momento rugirían.


El Río Grande, inofensivo durante muchos meses era el lugar ideal para aventuras, un ajuste de cuentas, alguna lágrima. Esa mañana la lluvia nocturna había convocado a los dos hermanos inocentemente. Cuando subieron al paredón que impide que las crecidas se lleven los barrios, vieron que el paisaje seguía quieto, como siempre. Desde donde estaban podían ver los autos
que pasaban veloces por el puente cercano, pero nada de eso les interesaba, sabían de un pozo para bañarse.
Era tan fácil distraerse, chapotear en esa agua plana de río de montaña, que no prestaron
atención al ruido, ni al repentino color achocolatado que los rodeaba, ni a los gritos alarmados de personas que cruzaban el puente.
De repente uno de ellos se dio cuenta de que se le mojaban los pies, sorprendido, miró para el norte, para el lado de los cerros y ya no les quedaba tiempo... la corriente bajaba con fuerza. Sintieron el ruido, vieron el agua marrón llena de palitos que los rodeaba. Con desesperación trataron de alcanzar la orilla pero ya no tenían hacia donde correr, una viscosidad fría, viciosa, les lavaba las canillas. Se tomaron de la mano para avanzar hasta una pequeña isla de ripio que permanecía escéptica a la catástrofe. Desde allí el espectáculo era dantesco. Supieron que no serían escuchados. Miraron hacia el puente y vieron muchas cabezas, manos, brazos. El bramido era iracundo, sin embargo, a sus pies, podían oír el choque de piedra contra piedra como un aplauso solitario y luego otro y luego otro. Querían salir corriendo pero un vago, muy antiguo sentido los tironeaba a permanecer donde estaban. La vista de los hermanos abarcaba una llanura marrón y ondulante que los hipnotizaba, los convocaba hacia su lecho.
Desde las barandas del puente trataban de dar ánimo a los bomberos para que terminaran de colocarse el equipo, a la vez que calculaban cuanto tiempo pasaría hasta que la pequeña isla fuera cubierta por el agua, algunos les gritaban a los niños que no tuvieran miedo, que pronto los ayudarían, que no se movieran.
Los chicos lloraban, no sabían nada de los bomberos.
Súbitamente, en medio de exclamaciones de sorpresa, y como surgido de una niebla inexistente, de un sueño borroso, de la misma nada, los del puente pudieron ver que más arriba, mucho más arriba de donde estaban los bomberos, del lado de Chijra, un hombre en pantalones cortos se metía en la corriente. El agua le llegaba a la cintura y era fácil imaginar que las piedras golpeaban y arañaban sus piernas desprotegidas, que un mal paso o un remolino se lo podría tragar, pero él avanzaba en diagonal al cauce, con una superioridad sobrehumana, su vista fija en el horizonte de dos pequeñas cabezas, su torso bañado por las miradas de todos los que observaban, boquiabiertos.
Los bomberos quedaron en suspenso con sus trajes amarillos y sus cuerdas a medio desenrollar, ellos también miraban.
El desconocido avanzaba sin disminuir su empuje, sin disimular su desprecio por el río, pero las aguas lo envolvían y el rugido ostentaba una creciente como pocas. En un último combate el hombre alcanzó la isla, sin perder ni un aliento acomodó al más pequeño en su cadera izquierda y con su brazo derecho rodeó al mayor por debajo de las axilas para lanzarse nuevamente al fiero ronquido de las aguas furiosas.


La lucha ya había sido desigual, hasta un coloso era apenas una cáscara para esa naturaleza
exuberante, arrolladora. Y no se dieron tregua. Conocedor, el hombre eligió regresar sobre sus pasos, Los chicos lo habían abrazado como se abraza al olvido, con la esperanza del recuerdo, con la esperanza de la otra orilla. El avance era lento, los curiosos contenían el aliento, pretendían ayudar con sus voces, empujaban al hombre con sus mentes, Jujuy todo vio suspendido su latir en ese instante.
Un tropiezo, una duda...
El cielo había retornado despaciosamente a su llanto, la gente se levantaba los cuellos, se
prendía las camperas, abrían los paraguas, pero no abandonaban sus sitios. La crecida ahora también cubría la isla donde habían estado los pequeños, hacía temblar los cimientos del puente y aflojaba el nudo entre el hombre y el niño mayor, el poderío de las aguas lo iba poniendo horizontal, tironeándolo.
De repente, hubo un instante de vacilación, de fiera lucha, de un velado carcajeo... el hombre perdió el paso y tambaleó... para enderezarse luego como un dios del mar, chorreante, poderoso, su mano rápida sujetó al niño que se resbalaba. De un tirón lo apretó a sí y con uno en andas y el otro casi flotando pechó y pechó hasta que las gargantas de muchos se estrujaron, las lágrimas reventaron y un aplauso mitigó la lluvia y silenció al Río Grande cuando el héroe depositó los niños a salvo sobre la orilla.


AHORA SÍ VA EL NUESTRO

DESDE EL CIELO


Una madrugada de verano, luego de pelearme con Victoria, decidí sentarme en el murallón de la Fascio a fumarme un cigarrillo, mientras el viento golpeaba mis mejillas y las lágrimas mojaban mi rostro.
El cielo anunciaba la aproximación de una gran tormenta. Mi tristeza impidió darme cuenta que este empezaba a despedazarse a cántaros. Al verme mojado me levanté rumbo a casa y es en ese momento en el que reaccioné al ver un amontonamiento de gente que se mezclaba con gritos de auxilio, balanceándose sobre el río y la sirena del coche bomba.
Intenté comprender lo que estaba sucediendo hasta que dirigí mi mirada hacia donde se centraba la atención de la gente, y vi lo que ocurría: se trataba de la vida de dos niños que estaban en las manos de la corriente del río.
El agua cubría la rodilla del hermano mayor, mientras este sostenía al más pequeño. Al ver la inoperancia de los bomberos y la gente acobardada, no dudé en lanzarme al rescate de los niños.
Al entrar al río, sentí la fuerza del agua por mis piernas y las piedras que golpeaban mis canillas. Llegué al montículo de piedras donde se encontraban y logré alzarlos y los llevé hacia la otra orilla donde ya se encontrarían a salvo. Cuando llegué y bajé a los niños, sentí el aliento de la gente; mis piernas se aflojaron y es así que perdí todas mis fuerzas.
Ya había cumplido mi misión, solo faltaba salvarme a  mí mismo. En ese instante era mi vida la que estaba escurriéndose entre las manos de la corriente. Solo recuerdo la paz de mi alma y mi cuerpo yéndose con el río.
La verdad, me hubiese gustado contárselos en persona, pero lamentablemente no lo puedo hacer.
Ahora estoy feliz al saber que los pude salvar.
Cambié sus vidas por las mía, se los cuento desde aquí arriba…


POR ÚLTIMO, EL COLLAGE...



Belén Cortez, Marianela Alcoba, Adriana Díaz, Agustina Villalba, Solana Ríos.

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