Les traemos un hermoso cuento de un joven autor y editor jujeño, Maximiliano Chedrese.
Ojalá que lo disfruten mucho y puedan descubrir qué sucedió con el crisantemo Nº12 que recibe Laura... ;)
CRISANTEMOS PARA LAURA
Acabado el alpiste, las palomas entre aleteos, plumas y caca, abandonan el patio de la casa de Daniel. Inmune al exterior, no percibe la mugre y sigue pensando en Laura con los brazos abiertos al final del camino. De llevar algo, piensa, sería un ramo de crisantemos. Busca en la guía telefónica... Flaber, Flanetti, Flecia, Fligo, Fligo hijo, Florería.
-Florería, en qué puedo ayudarlo.
-Ando pronto de crisantemos para Laura.
-Espere un segundo. -Daniel sabe que eso de esperar un segundo es pura bondad del cualquier diligente-. Sabe señor, sólo me quedan once.
-Pero yo necesito una docena.
-Qué lástima, sólo tenemos once.
-Pero yo necesito una docena.
-Qué lástima. Déjeme decirle algo: las mujeres recibidoras de flores, de emocionadas, no se ponen a contar.
-Mejor entonces. Paso a buscarlas en un segundo -dice Daniel sabiéndose no diligente.
Si la comunicación tuvo lugar a las diez de la mañana, Daniel llegó a la florería al mediodía. Los crisantemos estaban listos e incluían delicadas gotitas de agua. Daniel iba a preguntar si adentro del negocio llovía. Efectivamente preguntó:
-¿Adentro del negocio llueve? Porque vine desprovisto de paraguas. -La mirada fija de la muchacha detrás del mostrador, lo intimidó. Pagó silencioso y se fue.
Hay quien lo vio caminar con el ramo a toda prisa con envidiable alegría. Pero Daniel reía de nervios. Y no era para menos, ni bien se planteaba el hecho de que estaba a punto de jugar su primera y mejor carta con Laura, la dueña de veinticuatro horas de pensamiento ocioso. Aunque desde el punto de vista de la sorpresa, el problema era que ella no lo conocía a él.
Caminaba, es verdad, casi al trote, a toda velocidad, corriendo. Fue un semáforo el que lo detuvo. Fue una mano que lo aferró del brazo, la que lo detuvo cuando el semáforo. Fue Laura de un grito aferrándolo del brazo, la que lo detuvo cuando el semáforo cambió a rojo. Gracias, atinó a decir Daniel mientras aún no la había mirado. Callado se quedó al encontrarse con sus ojos, y se escondió tras de sí el ramo de crisantemos. Una gota le descendía por la frente desde el cuero cabelludo y Daniel se acordó de que los crisantemos también estaban llovidos. Ella aún lo tenía del brazo; no le había prestado mayor atención, estaba concentrada mirando el tráfico a la espera del verde para cruzar. Daniel sentía el incesante goteo desde el centro de la cabeza emanando como de una fuente, tuvo ganas de secarse la frente con la manga del traje pero en una mano tenía el ramo y la otra estaba inmovilizada por Laura que no lo miraba, mientras él empapaba el saco, la corbata, la nariz. Descubrió el ramo trayéndolo desde atrás de su espalda y lo contempló: los crisantemos lucían bellamente con sus gotitas de llovizna y él, todo empapado, contó once y dijo, por última vez, qué lástima.
Cuando el semáforo alumbró de verde, Laura bajó un pie a la calle dispuesta a cruzar llevando del brazo al despistado caballero. Primero se sorprendió por la levedad del peso y mayor aún fue la sorpresa al darse vuelta y encontrar en su mano un ramo precioso con doce crisantemos. No había tarjeta, entonces Laura jamás supo del extenso camino que recorrió Daniel para llegar hasta ella.
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