ALMAS QUE MATAN EN "EL MIEDO INMORTAL"



"Dic, ait" o virgo, quid volt concursus ad amnem? Qidve petunt animae?[1]  
    Eneas


Esto sucedió el Día de los Difuntos. Para esa fecha se cumple en esa región una ceremonia tradicional que se inicia en la noche del primero de noviembre con el rito llamado de "Las ofrendas". Desde la víspera tienen preparadas, debajo de un crucifijo colgado en una pared cubierta con paños negros, dos mesas en forma de T. En una de ellas, la que hace de palo mayor - de vertical, diré -, los deudos amontonan en forma de ataúd toda la ropa del muerto a quien se recuerda; alrededor, y hacinados, gran cantidad de bizcochos, empanadillas y galletas, y al medio, exactamente debajo del crucifijo, un pan ex profeso amasado en forma de escalera. Sobre ella, unos muñecos de masa en los que creen ver figuración o representación de almas y que tienen formas impresionantes, descansan como en mitad de su marcha ascendente hacia el Cristo. A la luz de las velas pueden verse platos con las comidas que fueron gusto del difunto, y también sus "vicios": coca, chicha, cigarrillos, vino.
Desde la tarde comienzan las visitas a las casas de familias que tienen algún pariente a quien rendir el tributo de las ofrendas. Durante esas visitas, las libaciones son abundantes, de manera que todos los deudos - no exceptúo a las mujeres - esperan la noche ayudados por el alcohol.
Es de fe entre las gentes del pueblo que el alma de sus finados visita en esa noche, a medianoche, la casa donde ha vivido. Debe entonces encontrar en ella todo lo que supo querer y gustar en la tierra. De no ocurrir así, el alma "se enoja" y entonces la ruina de la familia es segura.
Cuidan, por ello, de mantener vivos en el recuerdo hasta los que fueron más particulares y nimios deseos del muerto. Esa es la razón por la cual no en todas las casas se ven los mismos elementos de ofrenda.
Esa noche, hablo del Día de los Difuntos, después de cenar, salí acompañado por Prudencio Sánchez, muchacho criado por mi madre, persona, por tanto, de toda mi amistad y confianza. Visitamos a dos familias y en ambas ocasiones, después de la tradicional jarra de chicha, tomamos "yerbiaos" nombre con que se designa aquí al mate cebado con agua y alcohol.
Cuando nos dirigíamos a visitar a los deudos de un amigo, el finado Marciano Méndez, noté que ni Prudencio ni yo conservábamos un grado normal de verticalidad, aunque todavía estábamos lúcidos y bien dispuestos.
Como he dicho, era importante llegar antes de medianoche a casa de Méndez, de modo que caminábamos a paso más que regular.
En esto s lugares, cuando no hay luna, la noche es de una lobreguez cerrada y brutal. Que fuera por esa oscuridad con ráfagas de viento helado, por las fantasmagorías de las sombras de nuestros cuerpos, sombras que temblando a la luz de las velas, se estiraban en el suelo y parte de las tapias laterales, por el sentido sobrenatural de la fecha, o por la conjunción de todos esos elementos, lo cierto es que yo me había impresionado y hubiera preferido no salir. Sólo el deseo de cumplir con la memoria de mi amigo me instaba a seguir.
Mientras íbamos, quise explicarle a Prudencio que si bien yo no creía en nada de lo que inspiraba esa ceremonia, estaba seguro de que honraba al ser querido al visitar en esa fecha a sus parientes.
En rigor de verdad, no puedo decir - debo aclararlo aquí - que no creo. Soy sincero si afirmo que jamás lo he pensado. No soy hombre religioso, ustedes lo saben. No he sido hombre con fe disponible y creo que no podré llegar nunca a creerlo todo. Siempre fui pródigo en indiferencias y si alguna vez pensé en la religión como problema, fue para razonar cómo los seres religiosos pueden no ser supersticiosos; qué suerte de seguridad los lleva a creer en los misterios de la fe - que pueden ser enorme supersticiones - y a descreer en las pequeñas supersticiones - que pueden ser enormes verdades descuidadas -. Cómo administran, distribuyen y seleccionan, con tanta seguridad, en materia tan sutil.
En fin, le dije a Prudencio que no creía, porque era la verdad; pero como contra todo mi deseo soy fácilmente sugestionable y no puedo conservarme impasible como lo pretendo, me favoreció mucho que él, muy tranquilo, me hallara razón. Recuerdo que agregó despectivamente que "todos eran cuentos de ignorantes y tonterías"; más importancia que el ritual de la noche tenía para Prudencio una botella de ginebra casi llena con que le habían convidado. Con ánimo robusto el hombre estaba dedicado a vaciarla y a cantar coplas.
Le repetí que nos apuráramos a fin de llegar a la hora debida a lo de Marciano. Buscando otras explicaciones para mi excitación (otras, además de la oscuridad, del viento y de los batidos trapos negros que no se alejaban de mi memoria) recordé cuánto me impresionan y dominan los estados de ánimo colectivos... "Todos creen aquí, pensaba yo, y con secreta debilidad agregaba:..."pero tenemos razón nosotros, nosotros estamos en la verdad, aunque nos sintamos borrachos".
A pesar de que las linternas también me impresionan, por nada del mundo hubiera apagado la mía. De rato en rato iluminaba a Prudencio, y él, siempre sonriente, aprovechaba para ver cuánto quedaba de ginebra en su botella. Estábamos llegando a Pueblo Nuevo, cuando se detuvo para hacer aguas (orinar). Al reanudar la marcha comenzó a cantar con aire de baguala: "Si solterito me viera / no me volviera a casar / por lástima de mis ojos / no los hiciera llorar..." Podía haber alguna intención en sus versos - yo acababa de separarme de mi mujer - y lo hice callar. "En noche como ésta no me gustan coplas, ni cantos", le dije, "quiero cumplir y nada más. Vamos, ligero"
Es extraordinario. Ahora pienso que con mis urgencias sólo conseguía hacerlo sonreír.
Cuando nos alcanzó la luna me alegré mucho. En la Quebrada ella es la gran riqueza del cielo y de la tierra, y su presencia me tranquilizó. Casi con alegría, tomé la huella del camino, seguido por Prudencio y su botella.
Fue cerca de la curva de Don Cosme Cruz, donde sentimos un galope. Ibamos caminando - y a la vez - escuchando con atención. "Vienen de arriba", dijo Prudencio. "Si", le contesté: "deben de estar más allá de la casa de Guillo Padilla" (aclaro que aquí, "arriba" es el norte y "abajo" es el sur; pura verdad topográfica, nada más). "Son muchos", agregué, "más de veinte...¿no?" Mi compañero se detuvo para escuchar mejor y responder a mi pregunta. "Vienen del lado del cementerio", afirmó, "pero más parece una tropilla que se hubiera asustado...porque es un galope 'amontonado' y loco".
No pude menos que admirarlo, era una observación formidable. "Tenés razón", le repliqué, "tenés razón. Es una tropilla asustada; doblando el camino, la toparemos".
Pero al doblar hacia lo de Guillo vimos las huellas del callejón blancas y solitarias...y trepidantes. El galope se acercaba frenético y clarísimo, pavoroso.
No había calle ni senda transversal; entró a dominarme el miedo y miré a Prudencio como para que me salvara. El, a mi lado pestañeaba rápidamente, nervioso. El galope estaba muy cerca ya, y era como el de un malón. Entonces, para mí, que Prudencio se enloqueció. Arrojó la botella hacia delante, con energía espantosa, como contra alguien. "Cuidado", gritó y me dio un empujón hacia la cuneta. Yo rodé entre los yuyos mientras el galope me envolvía en ruido. No vi a nadie. No vi nada. Cuando pasó, busqué a Prudencio...lo encontré como a quince metros atrás de mí, mutilado y pisoteado, todavía caliente, húmedo, vaporoso de sangre y tierra.



[1] Esta frase significa: "Dime, ¡Oh virgen!" ¿Qué significa esa afluencia junto al río? ¿Qué buscan las almas?.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Huerto - Jujuy. Con la tecnología de Blogger.