ESPERANDO UNA MUERTE QUE NO LLEGA: MORIR UN MARTES


¿QUÉ PASA EN MORIR UN MARTES?

En el relato “Morir un martes” de Mita Homs, se hace presente un tema en particular: la muerte, a lo largo del mismo se describe el apurado y el agitado día de una familia por la salud del abuelo, quien después de tanto indicio sobrevive a una operación. Se describe minuciosamente la preparación para el supuesto velorio, cómo la esposa de Arnaldo, convencida de la muerte de su suegro, realiza todos los preparativos, desde el sepelio hasta el atuendo a utilizar, el peinado, la combinación de su vestuario, etc.
A su vez se manifiesta la constante preocupación por la distribución de la herencia que dejará su suegro. Si bien se lo muestra como un hombre avariento, desconfiado y codicioso hasta la enfermedad, ella supone que parte de la herencia le corresponde a su familia.
A través de todo esto se observa que es una familia de alta clase social, por eso la importancia de la imagen frente a los demás.
Sin embargo luego de tanto alboroto por el acontecimiento, la mujer de Arnaldo se lleva una gran sorpresa al enterarse de que su suegro había resistido a la operación, tanto tiempo y preocupación desperdiciada sin razón alguna!!!!
Como es evidente, Mita Homs nombra a este relato así por el hecho de la incomodidad que tiene la familia de que el abuelo falleciera un día martes, ya que Arnaldo sólo podía tomar dos días de luto y volver al trabajo, se menciona que quizás hubiese sido mejor que ocurriese en un día miércoles, para recuperarse durante el fin de semana.

AHÍ TE PASAMOS EL CUENTO...



MORIR UN MARTES
MITA HOMS

Sabe que va a tener que correr toda la mañana, que será su tiempo en contra del reloj.
La madre ya está encargada de retirar a los chicos de la escuela y después del almuerzo, ayudarlos con las tareas. Según como se presenten las cosas, se quedarán a dormir con ella esa noche. Pobrecitos, los chicos. Y bueno, tarde o temprano. A Luciano le afectará más, que miraba los partidos con el abuelo.
Pasa el cepillo sobre la chaqueta de color celeste tirando a gris,  planta el pantalón y lo acomoda en una percha que cuelga en la puerta del placar. La camisa de tono marfil ya está en el respaldo de la silla. La combinación de colores va bien para el primer día del velatorio. Para el sepelio tiene el trajecito negro sin uso- tan caro, ese trajecito- con la camisa blanco tiza. Mala suerte un entierro para estrenarlo. Si se lo pudiera realzar con un pañuelo colorado o al menos de color rosa viejo volcado sobre el bolsillo del saco quedaría perfecto, pero ni pensar algo así en el entierro de su suegro.
No esperaba el anuncio antes del mediodía. Pero antes tiene que hacer las colas para pagar el teléfono y la tarjeta, porque Arnaldo no va a poder. Y después el turno con Luis Ramón para peinado sobrio, lo más clásico posible.
Ese señor, e suegro, siempre complicando las cosas. Morir un martes, enterrarlo el miércoles, recibir a las visitas el jueves y volver el viernes a trabajar, porque Arnaldo por fallecimiento del padre, apenas tiene dos días hábiles de permiso. Morir un miércoles hubiese sido más cómodo, quedaría el fin de semana para quedarse y  recuperarse.
El teléfono. Amelia.
-¡Ay, Amelia, estoy tan angustiada…! …¿No sabías…? Lo están operando a mi suegro… y claro, si no lo operan se muere, pobre hombre, vos conoces su problema…pero el corazón…claro…no puede aguantar una anestesia…Arnaldo está en clínica, sí…y…él confía en los médicos…no sé lo que dicen los otros hijos, yo no quiero intervenir, ellos dicen, pero con la mano en el corazón te digo, este hombre no sale…estoy esperando que me avisen de un momento a otro…qué vamos a hacer…imaginate cómo me siento…¿qué decís…?¿María Pía…?... no se puede creer, ¿quién te lo dijo?...bueno, después me vas a contar todo…sí, cualquier cosa te llamo…gracias, querida, te agradezco mucho.
¿No tiene nada que hacer, Amelia, que llama a cualquier hora? ¿No se da cuenta de que una no siempre está disponible para charlotear y decir que todo está estupendo, claro como siempre y pasar a los chismes? Amelia no; se sienta, marca un número y se pone de visita. ¿No entiende que ella esta asando por una situación muy especial, de familia, que tiene que correr de un lado a otro y preparando para el sepelio? Pérdida de tiempo ese llamado. Y Luis Ramón, tan histérico con los turnos.
El timbre. La vecina.
Gracias Rosalía, qué quiere que le diga, en eso estamos, Sí, la vida, y bueno, cuando nos toca, nos toca. De corazón le agradezco, sí, cualquier cosa, le aviso. Gracias, Rosalía, pierda cuidado.
Es increíble como el teléfono y el timbre desarticulan los tiempos. Si no se apura perderá el turno de Luis Ramón. Ese marica siempre le hace notar que llega tarde y la pone esperar media hora por lo menos. Hoy no puede perder media hora, tiene que estar  lista antes del mediodía.
Piensa que para salir precipitadamente a la clínica, está bien un conjunto deportivo casual y en tonos lilas, pero el peinado ya tiene que estar arreglado porque después no habrá tiempo. Al volver del sanatorio, mientras los parientes se encargan de esas cosas de los sepelios, se pondrá el trajecito celeste con la camisa marfil y tendrá que instalarse el resto de la tarde en la sala del velatorio. Parte de la noche también. Tiene que recordarle a la madre el jarabe de Marcelita, la madre anda floja de la memoria.
¿Qué perfume para la tarde? ¿Chanel…? No demasiado antiguo. Mejor Poison, clásico también, aunque más liviano.
Vuelve desde lo de Luis Ramón, después del pago de la factura del teléfono y la tarjeta, antes de las doce. No hay mensajes en el contestador. Se retoca apenas el pelo y ensaya un maquillaje natural, mientras espera el llamado de Arnaldo. Se sienta, enciende la radio, abre una revista y recuesta la cabeza. Ha sido una mañana agotadora.
¿Qué pensarán hacer los hijos con el local en pleno centro comercial? ¿Y con la casa del viejo?, un chalet enorme demasiado para la suegra sola.
Ah…el chalet…Marta, su cuñada, insinuaba sus derechos sobre ese inmueble. Y estaban los terrenos en Monte Hermoso, que eran un pedregal cuando el suegro los compró por monedas y ahora valen una fortuna.
Ni qué hablar de hablar de los papeles que tendrán que aparecer cuando revisen la caja fuerte. Más de uno se va a llevar una sorpresa porque el hombre era desconfiado, avariento y codicioso hasta la enfermedad.
La despierta el timbre. Es Zully, otra vecina que la invito a tomar café en su casa la noche anterior y a la que le confió su angustia por la decisión de someter al suegro a una operación que le podía costar la vida, pobre señor, pero era la decisión de sus hijos. Y Zully entendía que en esos casos, en los lazos de sangre, no hay que intervenir porque generalmente es peor.
Zully viene a preguntar si hay las novedades. Ella la sienta a su lado en el sofá, le extiende las manos y de verdad, se siente conmovida por el cariño de esa mujer que no es de la familia ni sabe  nada del local del centro ni de los terrenos  de Monte Hermoso ni de la caja fuerte de ese viejo egoísta que le había corroído los últimos quince años de su vida, pero le ofrece su afecto. Es algo muy fuerte tanta generosidad, la hace caer en llanto. Ella es muy sentimental.
Le hace bien llorar. No se anima a preguntarle a Zully si el trajecito celeste pastel le parece bien para un velatorio, aunque no puede dejar de preguntarse si algo más neutro, más gris, no iría mejor. La amiga se ofrece para acompañarla a la clínica cuando le avisen.
Entre lágrimas, se separa de Zully. Vuelve al sillón y se pregunta si Arnaldo, tan complaciente con sus hermanos, tan bueno- si bueno para evitar discusiones-, será capaz de dejarse arrebatar lo que le corresponde por herencia. Porque ella los conoce bien.
Pero no… ¡ah, no! A ella no le van a despojar, se trata también del derecho de sus hijos.
Se levanta de un salto. Vuelve al dormitorio, revisa el trajecito celeste o gris, ya no importa el tono y encuentra, cerca del primer botón, mancha, no muy destacada, pero visible, en el impecable atuendo que piensa vestir para ellos recuerden que están ante una persona de clase, que si tienen que medirse con ella, tendrán que cambiarse de estrategia. Piensa muchas cosas mientras frota la mancha, que al final cede y el trajecito termina inmaculado.
La despierta el ruido de la puerta de entrada al cerrarse, tiene que ser Arnaldo. Se endereza, se acomoda el peinado, apoya la mano a la altura del corazón y se prepara.
Como si viniera de otro mundo, Arnaldo le da un beso, tira el portafolio, se afloja la corbata, se derrumba en el sofá y dobla el brazo sobre la frente.
Ella se aproxima. Arnaldo está respirando con los signos inequívocos de quien se hunde en el sueño tras el agotamiento.
-Arnaldo…-lo llama suavemente-querido…Arnaldo mueve el brazo como si espantara un insecto, vuelve el rostro hacia el respaldo. Está roncando.
-¡Arnaldo!
Arnaldo se sobresalta, la mira.
-¡Arnaldo! ¿Qué pasó…?
Ella todavía tiene manos sobre el pecho.
-Lo operaron a mi papá, esta mañana…
-Sí… ¿Y…?
-Y bueno salió bien…
-¡Cómo que salió bien…! ¡Y la anestesia…y el corazón…!
- No, no le dieron anestesia general, el corazón no lo hubiera resistido, pobre viejo.
-¿Y entonces…?
-No sé, el anestesista es un profesor de la Facultad, un capo…Perdóname, querida, estoy desarmado.
Vuelve a recostarse. Al menos se incorpora.
-¿Y los chicos?
Se pasa la mano por la cara, hunde los dedos en el pelo, lo tira para atrás, termina de despertar y la mira.
-Tengo hambre, mirá vos; ahora me doy cuenta de que no comí nada en toda la mañana, ¿Qué preparaste para almorzar?

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